Antonio Martin, el patriarca del gaditanismo

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Antonio Martin, el patriarca del gaditanismo
Antonio Martín García, el niño de San Vicente, una pequeña y estrecha callejuela que hace de vigía, centinela pretoriana de la entrada al barrio de la Viña, como ven, el destino dotó a uno de los mejores copleros de la historia del carnaval una misión solemne ante el pueblo de Cádiz, entregarle el don divino de la escritura transformada en poesía, en letras que sirvan como escudo al invasor que intente dañar y herir tan bello y pequeño rincón geográfico.
Antonio siempre ha caracterizado sus coplas por una defensa a ultranza de Cádiz y de su barrio de la viña, escudero fiel y leal cabalgó en una locura sin fin aun sabiendo que aquella cruzada junto a su amor por Cádiz le costaría premios, Antonio jamás desperdició una copla para subirse a los nuevos tiempos, fue empujado hacia ellos por mor de coexistir en un ecosistema que pedía nuevos compromisos, nuevos disfraces y otros vientos. Pero el coplero resistió siempre, Cádiz para Antonio Martín ha significado el principio y el fin de sus letras, sería imposible entender una comparsa en la que el coplero no mencione su ciudad y su devoción por ella.
Más de 45 años pisando las tablas del Gran Teatro Falla, ausente muy pocas veces, siempre fiel a su cita como un gitano a su Nazareno o un viñero a su virgen de la palma aquellas coplas de amor por su tierra siempre salieron de su pluma transformadas por las voces más melódicas de Macgregor, Catalino, Caracol o Catalán Chico. Derrotistas siempre hubo en el mundillo y le han criticado repetirse tanto en sus letras y en sus repertorios, pero Antonio nunca hizo caso a aquellos que siempre quisieron derrocarle para subir a otro en el pedestal, fiel a su estilo continuó incansable con sus comparsas acumulando premios y más premios junto a su Carmela del alma, motor incansable cuando los dedos o la guitarra titubeaban.
No hay una vinculación más certera que Antonio Martín con Cádiz, en aquel diminuto enclave gaditano del barrio de La Viña el poeta se siente libre como una gaviota que bate sus alas libre, impregnándose del salitre que le regala la brisa caletera cuando la playa despierta, el mismo salitre que recorren sus venas para transformarlas en coplas y brindarlas al pueblo gaditano de la forma más poética y romántica posible.
En aquel andar lento, pausado, pero con la energía de un chaval afronta año tras año la ilusión de nuevas comparsas, la armonía de nuevas músicas embriagan la calle San Vicente al llegar la primavera, las musas son fieles a su cita y su compromiso con Cádiz se hace cada vez más enorme, mas gigante, mas mayúsculo…
Antonio Martín, patriarca del gaditanismo más acérrimo, sin miedo a que lo tachen de chovinista mira al frente quedándose arropado por los suyos, no necesita mucho para sentirse feliz con lo que hace mientras sus coplas traspasan fronteras, pero siempre resonando en aquellas cinco esquinas, embriagando de alegría y sones, como lo hiciera allá por los setenta a un niño de apellido Ripoll, con el que mantuvo un lindo combate de coplas y músicas, por Cádiz, por su gente.
San Vicente espera como agua de mayo de nuevo oír aquellas melodías inéditas, para serpentearlas de forma icónica ante la peculiaridad de la calle. Cádiz espera coqueta en bajamar la poesía de Antonio de cada febrero, como una damisela en apuros aguarda a su príncipe para con su pluma de letras volver a defenderla un año más, volver a conquistarla de la única forma que a Cádiz se la enamora, de esa manera que muy pocos saben.

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