Ha llovido mucho desde la aparición de la mujer como símbolo activo dentro del mundo del Carnaval de Cádiz, la figura femenina ha dejado aparcada en cierta medida la función de ‘mujer objeto’ a la que se dedica coplas, muestra su porte angelical dedicando sonrisas y aplaude durante muchísimas horas letras que le aburren hasta el más profundo hastío.
A día de hoy, la mujer ha creído en su potencial como miembro y componente de la fiesta, se ha cargado con el bombo y la caja a la espalda y ha rasgado su voz sobre las tablas y allá donde hubiera el calor de un aplauso en la búsqueda del reconocimiento sincero y orgulloso del pueblo. Quedan aún muchas espinas clavadas en los estereotipos de la sociedad hacia la mujer carnavalera, espinas que la mujer pisa con paso firme y rotundo a su paso mientras otras intentan herir profundas en su orgullo y corazón de carnavaleras. La aprobación de personas mitificadas por la fiesta que lanzan el pulgar hacia abajo alegando que nunca se podrá comparar o igualar el timbre, la tonalidad o la esencia de una agrupación femenina con una masculina, a ellas les duele, pero hoy en día cantan más alto, más sencillo y más bonito como medida de rebeldía, una bendita locura que les azota las venas como un vendaval tremendo de veneno y alegría, del carnaval que han mamao desde pequeñas en las cuatro esquinas de su casa, de su padre, de las cintas de vídeo del ritmo del Tangai o de una final cualquiera.
La mujer carnavalera hoy luce con orgullo su estampa de mujer comparsista, chirigotera o corista, otorgando al pueblo la elegancia y el corazón desmedido en cada copla, como si sus voces rasgadas en la locura y pasión del veneno salieran de sus almas para regalarles al forastero un momento y enclave inolvidable, una postal carnavalera desde lo más profundo de su dulzura fémina. Atrás quedaron los estereotipos caducos, vacíos, inertes de respuestas sólidas que intentaron plasmar que la mujer no tenía cabida en un corral de gallos machitos. Hoy todos aquellos tienen que callar ante el paso firme de la mujer, aquella que teje lenta el avance de su progreso mientras los antiguos complejos continúan derrumbándose por cada día que pasa.
El coro empezó a dar sus primeros pasos, la comparsa resurge de forma vertiginosa mientras la chirigota continúa aún dormida en el letargo. Una revolución que se espera temprana, en la que las plumas y las guitarras de las mujeres luchadoras se alcen en la autoría de sus agrupaciones. Será entonces cuando los gallos machitos del corral tengan que por fin dar un paso más al costado, el costado justo, sincero y necesario, será entonces cuando veremos a la bella impronta fémina de aquellas rebeldes luchadoras llegar a semifinales, a una final o quien sabe, alzar el puño una noche fría de febrero en la escalerilla de la facultad de medicina junto al Gran Teatro Falla, celebrando el primer premio con todos aquellos que desde hoy y desde hace muchísimo tiempo creen que es posible.
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